Son las siete de la mañana del 6
de Julio de 2014 en Saint Lary Soulan, Francia. No es el despertador lo que
suena, sino el "claqueteo" de las calas de cientos de ciclistas que
se ponen en marcha en la 8º edición de la Marcha
ciclodeportiva Pyrénéenne. Por
delante, 180 kilómetros en un
recorrido de ensueño para cualquier apasionado del ciclismo, resumidos en "Quatre Vallées", o mejor, en
cuatro nombres: Col d'Aspin, Col du Tourmalet, Hourquette d' Ancizan y Pla d' Adet.
Es
común en las marchas hacer las cosas al revés: esprintamos en la salida, y
llegamos "medio andando" a la meta. Aquí no iba a ser menos y en
segundos estamos rodando a toda velocidad. Asustado por una pequeña montonera
en los primeros kilómetros, me voy hacia adelante y me veo en cabeza por
primera vez en una marcha, detrás de los coches y motos que la van
abriendo, tras un francés que parece
querer escaparse. La aventura duraría exactamente 12 kilómetros, hasta la localidad de Arreau, punto de inicio del Col d' Aspin, que también tiene 12,
pero "cuesta arriba", por lo que me aparto al carril de vehículos
lentos y voy haciendo camino tranquilamente.
A falta de 9 km para la cima me pasa Jorge, que ya es un veterano al que no le importa hacer las marchas
en solitario. No le vería hasta el final.
Poco después llega David, el
experto en preparaciones de última hora, que también tira para adelante. Hablando con unos y otros va pasando el
tiempo y cuando me quiero dar cuenta, estoy en la cima realizando una foto a
pedro_ja, conocido de internet al que identifico. Al momento aparecen Juan y Patri en un nuevo ejercicio de perfecta sincronización.
Descendemos juntos los tres y en
minutos llegamos a Sainte Marie de
Campan, donde giramos hacia la izquierda a la altura de la emblemática
fuente que da comienzo al puerto más mítico de la historia del ciclismo: "El Tourmalet". Un año y un día después, vuelvo a estar
en el mismo lugar, con las mismas personas, disfrutando de la misma forma. Los
mejores momentos nunca son irrepetibles.
En esta ocasión Juan ha cambiado su
mochila a la espalda por un dolor de rodilla que lleva semanas arrastrando y
Patri ha cambiado su bicicleta por otra mejor donde no encajan los zumos de
litro. Por mi parte cambié de casco y de dientes. Unos ratos hablando y otros sufriendo, vamos
pasando kilómetros, algunas herraduras y túneles anti avalanchas para llegar a La Mongie, una aberración urbanística
en medio de una montaña preciosa que para colmo es la parte más dura. Por
desgracia volví a ver a pedro_ja allí, a
los pies del cartel de la estación, abandonando por rotura del cambio. También
es el punto donde a Juan le afecta
el mal de altura, se le pasan los dolores, y como si nada se escapa hacia la
cima.
Por
su parte, Patricia se esfuerza concienzudamente para entrar en calor. Apenas llevamos
50 kilómetros en total y ella necesita otros tantos para calentar, y lo cierto
es que esta ascensión se nos haría muy corta. En los momentos finales aparecería un fuerte
viento que ya no nos impediría conquistar el segundo del día. Inmortalizamos el
momento ante la estatua de Octave Lapize, pionero en cruzarlo durante el Tour de Francia de 1910 y a la voz de "porc de merde", nos tiramos hacia abajo. Grito de puro placer. Es quizá la bajada que
jamás he disfrutado. La proximidad del paso del Tour propicia que el asfalto
sea una auténtica autopista, y unido a la belleza del paisaje, hace que uno se
extasíe mientras desciende a muchos kilómetros por hora. Atravieso Barèges,
localidad que aún sufre las consecuencias de las inundaciones de 2013, y llego
a Luz Saint Sauver, donde nos
alojaremos los próximos días, en terreno
es ya conocido.
Llamada de tranquilidad a Aida, y continuamos los tres en
solitario atravesando en bajada el estrecho desfiladero del Gave de Pau, al lado del bonito río que
le da nombre. Mucha agua cercana, pero nosotros llevamos los bidones vacíos al
haber atravesado Argeles-Gazost sin
encontrar el avituallamiento prometido por la organización. Un imprevisto. Con
cierto cabreo atravesamos Lourdes,
donde nos agrupamos con un señor del numeroso club "Rat Penat" que
sufría de incontinencia verbal. Por fortuna, pronto apareció el
avituallamiento. La organización lo había desplazado un buen tramo. A estas
alturas me encontraba cansado y con mucha hambre a pesar de haber ido comiendo
unas cuantas barritas energéticas. Entonces me acordé de Dani, "el bloguero globero" y su "Miro mi gel de hidratos de carbono. Pienso
lo ridículo que es y en el tiempo perdido todos estos años."
Así que me fabrico un par de sándwich
de jamón, queso y salchichón, que junto
con la coca-cola, me supieron a gloria bendita, Lourdes mediante. Allí nos alcanzó un grupo de unos 20
ciclistas (que incluía una mujer
holandesa de las que sí saludan y hablan con otras mujeres), que también pararon y con los que reemprendimos
la marcha. Atravesamos la cota de
Loucrup, algo sin importancia al lado de tanto "col", pero que
también debía subirse. Sin más dilación llegamos al núcleo de Bagneres de Bigorre, donde nuestros caminos se separarían: Juan
necesitaba un descanso y Patricia, presa del "hasta que la muerte os separe", se quedó con él. Con remordimientos continué con el grupo hasta
Sainte
Marie de Campan (continuando de
frente esta vez), y los abandoné en las inmediaciones del tercero en
discordia, Hourquette de Ancizan,
que subí con fuerzas renovadas todo lo deprisa que pude. Juan se había quedado
corto al describirme la belleza de las praderas de esta zona. Majestuoso.
Las tormentas prometidas hicieron
aquí aparición, en la cima del puerto, donde me llevo una alegría al
encontrarme con David en el consiguiente
avituallamiento. Me pide un gel y se lo doy encantado a cambio, claro
está, de otro sándwich. La lluvia es
fuerte y el descenso peligroso, así que voy bajando mientras él lo termina.
Frío, asfalto mojado, lluvia intensa y bajada con riesgo añaden más épica a la marcha y me da aún más fuerza.
Mucha más. Vuelvo a gritar de emoción.
Ya estoy seguro de que voy a terminarla por lo civil o por lo criminal.
Llego abajo con las piernas
congeladas y desisto en la idea de esperar a David; al contrario aprieto más hasta la base del último sin mirar
ni atrás ni a la derecha donde está el hotel.
Tomo el primer gel del día (y último en una marcha) y comienzo Pla d' Adet alcanzando a dos españoles
con los que me quedo. Ya no llueve. Los primeros 5 kilómetros son una auténtica
pared en la que no pasamos jamás de 9 km por hora. Los voy contando uno a uno
intentando olvidarme del estómago revuelto a causa del **** gel. Tras muchos, pero que muchos minutos,
terminan y el terreno suaviza, mis dos compañeros hace rato que han cedido y
vuelvo a estar solo con mis pensamientos.
Aida me ha pasado con el
coche hace unos momentos. Llega el último kilómetro, el de disfrutar, y la veo
con Jorge, (que había terminado totalmente empapado y que de no haber sido por Aida se habría cogido una buena pulmonía ya
que le trajo ropa seca), me animan e indican dónde termina ésta tortura, y
por fin, después de más de 9 horas dando
pedales, cruzo la meta exhausto.
Los sentimientos de esos instantes no son fácilmente
descriptibles aquí, por lo que los guardaré para mí. Al fin y al cabo es solo el final de un reto
cumplido y el punto de inicio de otros venideros.
David llegaría poco después permitiéndose el lujo de entrar esprintando,
mientras que tras Ancizan, Patricia y
Juan decidieron con buen criterio guardar fuerza y salud para lo que viniera.
Ello les permitiría continuar subiendo puertos (y de qué forma!) a diario durante los días siguientes. Serían unas
jornadas fantásticas al lado de personas a las que he dejado de llamar compañeros
para llamarles amigos. Fue un placer.
PD: No puedo olvidarme de citar
la labor de Aida, que es quién sufre
ausencias en la preparación de objetivos así, y que estuvo siempre dispuesta
con el coche para cualquier necesidad durante los días postreros. Por si fuera
poco, remataría la faena subiendo su Tourmalet
unos días después. Admirable.
José Ángel Martínez García.